Posicionarnos Posicionamiento web Éstas son las enfermedades que más afectan a los docentes: Óseo-Muscular, Parálisis Facial, Insuficiencia Venosa, Psíquicas y Nerviosas

Éstas son las enfermedades que más afectan a los docentes: Óseo-Muscular, Parálisis Facial, Insuficiencia Venosa, Psíquicas y Nerviosas

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Todas las profesiones importan ciertos riesgos para la salud, y la docencia no queda al margen de ello.
Los grupos numerosos y bulliciosos de niños o adolescentes a los que hay que enseñar y a la vez poner límites en su conducta cada vez más irrespetuosa, sumado a la cantidad de horas que deben permanecer los maestros al frente de las clases para obtener un sueldo digno, les producen un sentimiento de desamparo e impotencia que se traduce en estrés, donde el organismo se adapta a las nuevas situaciones, pero se va desgastando, si estos hechos son persistentes.

Este estrés permanente puede desembocar en el agotamiento psíquico del docente, dando lugar a lo que dio en llamarse “bournout” o “estar quemado” lo que significa nada más ni nada menos que un estado de angustia, abatimiento, falta de motivación, muchas veces acompañado de síntomas físicos (dolores de estómago, irritabilidad, jaquecas, náuseas, hipertensión arterial, vómitos, dolores musculares, arritmias, etcétera) que perjudica tanto al maestro como a los alumnos a su cargo, y ocasiona además de baja calidad de vida, ausentismos reiterados.

A partir de los años 80, diversas instituciones y universidades comenzaron a realizar investigaciones sobre las enfermedades que más afectan a los profesores y que se encuentran ligadas directamente con su actividad.

Entre las ramas médicas que más maestros atienden cada año, son la Psiquiatría y la Otorrinolaringología, pues las dolencias de la faringe constituyen una enfermedad docente por excelencia, asimismo, las afecciones de neurología y psiquiatría, temas de salud mental es una de las mayores causas del ausentismo laboral de los profesores, y la principal si se tiene en cuenta su duración.

Dichas investigaciones también han demostrado que existe una relación entre el trabajo docente y diversos trastornos de salud tanto a nivel biológico como psicológico.

Entre las enfermedades más frecuentes que encontramos en esta profesión, destacamos:

1. Enfermedades de la voz

Las enfermedades otorrinolaringológicas son la tercera causa de las bajas laborales de los profesionales de la educación.

La voz constituye el instrumento de trabajo y de comunicación imprescindible del profesorado. El uso continuado y su abuso obligado suponen un riesgo laboral importante. Así, la afonía se convierte en una dolencia frecuente entre un profesorado obligado a elevar continuamente la voz por encima del murmullo (o griterío de las aulas). La agresión a la laringe desemboca, muy a menudo, en lesiones como los nódulos o los pólipos, que pueden precisar de intervención quirúrgica y reeducación de la voz para llegar a la recuperación del paciente.

Los facultativos señalan que para frenar el deterioro del aparato foniátrico es necesario recibir una adecuada formación sobre el uso y proyección de la voz, prescindir del tabaco y bebidas alcohólicas, beber agua con frecuencia y procurar establecer un grado de temperatura y humedad ambiental adecuados, no forzar la voz… Siendo todo esto cierto, tales consideraciones soslayan el carácter de riesgo laboral que tienen estas enfermedades para los docentes.

Se insiste en que estas dolencias sean incluidas en el catálogo de enfermedades profesionales ya que sólo de esa forma puede ser reparado el daño que el trabajo provoca en la salud, pero también se puede posibilitar una verdadera labor preventiva mediante:

  • Cuidado de la acústica en las nuevas construcciones.
  • Control de temperatura y humedad de las aulas.
  • Formación del personal en el uso y cuidado de la voz.
  • Proporcionar micrófonos a aquellos docentes que presentan síntomas de enfermedad, etc.

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2. Enfermedades óseo-musculares

Algunos neurólogos y traumatólogos hablan ya de la “enfermedad de la civilización”. El dolor de espalda se convierte en el problema que más prevalece en las sociedades industrializadas.

Todos sabemos que la columna vertebral es el eje central del cuerpo humano. Los profesionales de la enseñanza también estamos sujetos a estas leyes de la columna vertebral y bajo sus efectos engrosamos las estadísticas anteriormente mencionadas. No es cierto, aunque contradiga la opinión popular, que las lumbalgias o lumbagos se produzcan por grandes esfuerzos. Según el Doctor Hernán Silván, la mayoría de ellos “…son producidos a consecuencia de defectuosas actitudes posturales o esfuerzos mínimos en mala posición para la columna o raquis…”.

Otra gran parte de las molestias de la espalda están producidas por problemas mecánicos degenerativos leves, como la artrosis. Estos dolores también pueden estar causados por enfermedades del sistema nervioso, por traumatismos (como fracturas o esguinces) o por procesos metabólicos y de descalcificación. Igualmente, pueden estar en su origen las enfermedades inflamatorias de las articulaciones de la columna.

No menos importantes es la exposición permanente y diaria que sufren los docentes al tener que realizar esfuerzos psíquicos mantenidos, que desembocan en estados de ansiedad y estrés y en trastornos psicosomáticos, que conllevan a la contracción permanente de la musculatura, y cuya consecuencia es la degeneración y deformación progresiva de las zonas cervical y lumbar.

En definitiva, teniendo en cuenta la definición más conocida de la salud establecida por la Organización Mundial de la Salud (OMS): “La salud es el estado completo de bienestar físico, mental y social y no solamente la ausencia de enfermedades”. Esto implica no sólo verse libre de dolores o enfermedades sino también la libertad de desarrollar y mantener las capacidades funcionales físicas, psíquicas y sociales.

La docencia tiene aspectos propios de riesgos para la salud que la identifican como una profesión exigente por la responsabilidad y dedicación que exige, sobre todo los concernientes a las relaciones interpersonales que se establecen entre los distintos grupos de referencia que interactúan en un centro docente como el alumnado, padres y compañeros de trabajo.

La mejor estrategia en la mejora de la salud laboral de los docentes es a través de la Prevención de Riesgos Laborales. La prevención significa anticiparse y actuar antes de que se produzcan unas consecuencias negativas con el fin de impedirlo o para evitar sus efectos.

Es de vital importancia efectuar una evaluación de riesgos como primer paso de la actividad preventiva, que debería basarse en aquellos aspectos generales que han mostrado una estrecha relación con el estado de salud del profesorado, adaptarlos a la realidad de los docentes y añadir algunas dimensiones específicas como las exigencias derivadas del trato con alumnos desmotivados, indisciplinados o grupos de gran diversidad.

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3. Enfermedades psíquicas y nerviosas: estrés y efecto “burnout”

El estrés, la ansiedad y la depresión ocupan los primeros puestos en la lista enfermedades que causan baja laboral entre los docentes.

La profesora Coral Oliver, psicóloga del Centro de Salud Pública de la Universidad Autónoma de Madrid, opina: “Cierta dosis de estrés no es mala; incluso puede ser un factor estimulante de la actividad profesional”. De este modo, el estrés, en cantidades y condiciones adecuadas, puede considerarse como algo necesario para tener una vida satisfactoria. Ahora bien, un exceso de estrés, puede ser perjudicial o, incluso, biológicamente nefasto para la salud.

En el ámbito de los docentes, se habla mucho del estrés y del efecto “burnout” (también llamado «síndrome de estar quemado «síndrome de la quemazón», «síndrome del estrés laboral asistencial», «síndrome del desgaste profesional»), usándose indistintamente estos términos y, a veces, incluso confundiéndolos. Aunque fuertemente relacionados entre sí en cuanto a su significado, no es lo mismo estar estresado que estar “quemado”.

El concepto de “Burnout” fue acuñado por Freudenberger en 1974. Con posterioridad Maslach y Pines (1977) lo dieron a conocer y, desde entonces, dicho término se utiliza para referirse al desgaste profesional que sufren los trabajadores de los servicios humanos (educación, salud, administración pública, etc.), debido a unas condiciones de trabajo que tienen fuertes demandas sociales.

El estrés, puede surgir cuando un individuo está sometido a fuertes demandas conductuales que le resultan difícil llevar a cabo. La respuesta del organismo al estrés se produce de manera inmediata, el organismo se activa y vuelve a equilibrarse una vez superada la situación, pero se va desgastando si se repite con excesiva frecuencia. Sin embargo, el efecto “burnout” se origina cuando los profesionales sobrepasan su capacidad de reacción de una forma adaptativa. Su consecuencia inmediata se presenta en síntomas de agotamiento, fatiga, desgaste psicológico, con severas pérdidas de energía que causan un descenso de cantidad y calidad de rendimiento, en definitiva, una sensación de no poder transmitir más de sí mismo a los demás, que deriva en frustración, fracaso y actitudes negativas no sólo ante el trabajo sino también ante la vida y hacia otras personas.

Después de la gripe el segundo proceso más numeroso ha sido la depresión. En su opinión, “los docentes, generalmente, no saben desconectar y evadirse de los conflictos laborales en su vida de ocio y en su relación con amigos y familiares”.

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Síntomas, causas y consecuencias.

El profesional de la enseñanza percibe y padece esta situación a través de los propios síntomas de estrés, que la mayoría de las veces sí son semejantes a los de “burnout”, y ambos desembocan en un absentismo intermitente e, incluso, en enfermedades laborales. Enfermedad que puede venir acompañada de fuerte irritabilidad, insomnio, vómitos, inestabilidad emocional, arritmias cardiacas, tensión nerviosa, preocupaciones excesivas, falta de energías…

Por otra parte, son varias las causas que originan el estrés entre los docentes y, de paso, abren el camino sin retorno hacia el efecto “burnout”. Los doctores Maslach y J. Jackson destacan:

  • La falta y premura de tiempo para terminar el trabajo relacionado con las clases (preparación de las mismas, corrección de exámenes, programación de actividades, etc.),
  • Las altas ratios que padecen las clases
  • La falta de disciplina por parte de los alumnos, con reiteradas faltas de respeto hacia los profesores.
  • La mala organización que padecen algunos centros.
  • La excesiva burocracia a la que se ven sometidos los docentes por parte de la Administración.
  • Las respuestas y soluciones ineficaces dadas en el entorno educativo.
  • El excesivo número de horas lectivas que soportan algunos profesionales a lo largo de la jornada escolar.
  • La falta de apoyo.
  • La baja consideración social que actualmente la profesión de la enseñanza.

El estrés y el efecto “burnout” inciden, especialmente, en aquellos profesionales que mantienen un contacto directo y permanente con las personas que son beneficiarias del propio trabajo, en concreto docentes, personal sanitario, servicios sociales… Las consecuencias del desgaste profesional de los docentes constituyen las manifestaciones clínicas que nos ocupan.

  • Consecuencias psicosomáticas: fatiga, dolores de cabeza, trastornos del sueño, trastornos gastrointestinales, hipertensión, dolores musculares y desórdenes menstruales.
  • Manifestaciones emocionales: el profesor Jesús de la Gándara destaca “…el distanciamiento afectivo, la impaciencia y la irritabilidad, los recelos de llegar a convertirse en una persona poco estimada y que pueden degenerar en desconfianza y actitudes defensivas”.
  • Consecuencias conductuales: absentismo laboral, aumento de la conducta violenta y de los comportamientos de alto riesgo (juegos de azar peligrosos, conductas suicidas, abuso de fármacos y alcohol), conflictos familiares y matrimoniales.
  • La actitud defensiva se manifiesta en la incapacidad de estos individuos para aceptar sus sentimientos. La negación de sus emociones es un mecanismo con el que el sujeto trata de defenderse contra una realidad que le es desagradable.

En general, de acuerdo con Maslach se acepta que las dimensiones que contribuyen a delimitar dicho síndrome son:

  • El cansancio emocional (CE): Se caracteriza por la pérdida progresiva de energía, el desgaste, el agotamiento, la fatiga, etc.
  • La despersonalización (DP): Se deriva del “tedioso e insistente contacto diario con la fuente del conflicto, unido al esfuerzo desarrollado para vencerlo, sin recibir recompensa alguna. Todo esto desarrolla un sentimiento de distanciamiento o despersonalización con respecto a los alumnos por el que poco les importa ya que aprendan o no, que estén interesados o no”.
  • Se manifiesta por irritabilidad, actitudes negativas y respuestas frías e impersonales hacia las personas, en este caso, hacia compañeros, alumnado…
  • La falta de realización personal (RP): con respuestas negativas hacia sí mismo y el trabajo. En el ambiente laboral, cuando la Administración, el equipo directivo, la Inspección, etc. no favorecen el necesario ajuste entre los docentes y los objetivos a conseguir, aparecen aspectos tales como falta de energías, descenso en el interés por los alumnos, percepción de éstos como frustrantes y desmotivados, alto absentismo y deseo de abandonar la profesión. Como consecuencia de este proceso se produce un descenso de la calidad de la enseñanza, que no es más que la expresión de una pérdida de ilusiones. Este panorama difícilmente puede remitir por sí sólo si no se introducen cambios en el contexto laboral.

Prevención frente a estas situaciones.

Como bien dice el proverbio popular: “ Más vale prevenir que curar”.

Para combatir el estrés y no dar pié a la espiral del efecto “burnout”, los profesores han de superar un grave hándicap: “…vencer su propia emoción negativa relacionada con la impotencia de la solución deseada…”, es decir, vencer su propio desánimo y desesperanza.

Algunos especialistas en esta materia sostienen, como medidas efectivas para vencer el estrés, controlar y conocer las emociones y los sentimientos propios, así como desarrollar una actitud de preocupación despegada (dedicación sin absorción total).

Otras medidas que señalan son:

  • Realzar y fortalecer la consideración social de los compañeros y colegas de profesión para no sentirse aislado, así como la valoración positiva de los superiores, tales como inspectores, directores, etc.
  • Realizar ejercicio físico adecuado y posible ya que, además de la mejora del riego sanguíneo, un cuerpo saludable resiste mejor el estrés.
  • Sería conveniente trabajar:
  • Desde la Prevención, estableciendo un plan preventivo y eficaz, realizando reconocimientos médicos periódicos, bien por detección sintomática de cualquier anomalía, o bien, cuando los solicite el personal docente.
  • Considerando enfermedades profesionales el estrés y el “burn-out”, estableciendo para su curación tratamientos adecuados por médicos especialistas e introduciendo unidades de medicina paliativa en hospitales.

En algunos países de la UE, como Francia, llevan años introduciendo estos métodos y tratando este problema con la consideración que se merece. Los resultados son altamente satisfactorios entre los profesores.

En este sentido, considerando el estrés y el “burnout” como enfermedades profesionales, la Administración educativa debería regular los puestos de trabajo no docentes para que puedan ser ocupados por estos profesionales cuando así lo recomiende la inspección médica.

Finalmente, y si la situación así lo demandase, sería conveniente la regulación de un procedimiento por vía urgente de jubilación por incapacidad, no sólo debido a estas enfermedades sino por otra causa cualquiera.

El experto José Manuel Esteve Zaragoza, catedrático de la Universidad de Málaga, ha insistido constantemente en la necesidad de establecer fuertes medidas preventivas para atajar el problema. De hecho, él mismo ha desarrollado en su universidad un Programa de inoculación de estrés, con el que se prepara a los futuros docentes para hacer frente a las situaciones conflictivas que habrá de encontrarse a lo largo de su vida profesional y que son potenciales detonantes de enfermedades mentales.

4. Insuficiencia venosa de los miembros inferiores

Este padecimiento es más frecuente en las mujeres y tiene un factor hereditario muy marcado. Consiste en el deterioro de las válvulas de las venas de los miembros inferiores, que provocan un aumento de la presión hidrostática de la sangre a este nivel y finalmente la dilatación de las venas superficiales conocida como várices o varices (en singular: várice o variz).

Los primeros síntomas consisten en sensación de cansancio en las piernas, después “pesadez”, calambres y luego hinchazón o edema de las piernas, en esta etapa ya se hacen visibles las dilataciones de las venas, en casos graves la piel de las piernas.

El tratamiento ante todo debe ser preventivo: evitar el sobrepeso, hacer ejercicio en forma sistemática y no permanecer de pie o sentado más de 20 ó 30 minutos. Durante la clase, el docente deberá procurar caminar un poco y si le fuera posible hacer ejercicios de flexión de ambos pies, a fin de estimular la contracción de los músculos gemelos.

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5. Laringitis crónica

Se trata de una inflamación de la laringe y las cuerdas vocales con una duración de un mes o más y se relaciona, en la mayoría de las ocasiones, con un uso inadecuado o excesivo de la voz. El síntoma clave es la ronquera o disfonía, es decir, en un tono de voz más grave de lo habitual que por lo general provoca un tono “duplicado” de la voz y en los casos más graves, en la disminución de la intensidad de la voz.

6. Parálisis facial
Causas de la parálisis facial
  • La parálisis puede ser causada por estrés: Estar en constante tensión te eleva la presión sanguínea. Entre más alta es, aumenta la carga de trabajo del corazón y el crecimiento malsano de tejido.
  • Haber tenido una infección: Infecciones virales como la meningitis o el resfrío común pueden favorecer que el nervio facial se inflame, causando presión dentro del canal de Falopio y llevando a un infarto en la zona (muerte de las células nerviosa).
  • Diabetes: Es una enfermedad sistémica es decir afecta todo el cuerpo y no sólo un órgano en particular. Esto hace que las personas que la padezcan tengan mayor posibilidad de sufrir una parálisis facial.
  • Migraña: La migraña duplica el riesgo de enfermedad en el sistema nervioso, lo que puede provocar una parálisis facial. Esto de acuerdo con la Academia Americana de Neurología.
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Fuentes: 
  • La docencia: enfermedades frecuentes de esta profesión: eumed.net

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