El concepto de content marketing tiene enamorados hasta las trancas a quienes se desenvuelven profesionalmente en el universo marketero. Quizás por ello, y porque el amor es ciego, algunos han endilgado al marketing de contenidos unos “superpoderes” (inabarcables) que no son en realidad los suyos.
En torno a la disciplina de moda (parece que todo lo que se hace hoy en día en nombre del marketing es content) han surgido muchísimos mitos que son en realidad, de tan exagerados, mentiras puras y duras.
A continuación, y de la mano de este este artículo de Klaus Eck, quitamos la careta a los más importantes y viles embustes que se han adosado como lapas al content marketing:
1. Todo es content marketing
Muchos se han colgado del brazo del content marketing para rebautizar con un nombre “cool” y con gancho lo que han venido haciendo siempre. A los que se dedican a las relaciones públicas les ha dado por gritar a los cuatro vientos que su especialidad es el content marketing. Y los que se han criado a los pechos del “corporate publishing” y del marketing directo dicen también que su verdadera madre es el ubicuo marketing de contenidos.
Sin embargo, lo cierto es que no basta con generar contenido propio y hacerlo llegar a un target más o menos afín para hacer content marketing. Si así fuera cualquier periodista, cualquier anunciante, podría jactarse de ser estratega de contenidos.
Desafortunadamente no todo es contenido por mucho que la publicidad se esfuerce en parecérsele. La publicidad interrumpe y roba su tiempo (y hasta su vida) al usuario. Es una suerte de atraco a mano armada. El contenido nada tiene, sin embargo, de atraco y se consume sin que al consumidor le coloquen una pistola en la sien.
2. La buena publicidad es content marketing
El número de anuncios que asaltan a cada paso al usuario se ha incrementado de manera exponencial durante los últimos años. Y para contener el caudaloso torrente de publicidad que ahoga al consumidor (en particular en la red de redes) han entrado en escena los ad blockers.
Por eso, y para plantar cara a los cada vez más omnipresentes ad blockers, los anunciantes se han refugiado en los brazos (amorosos) del content marketing y la publicidad nativa.
La publicidad nativa, la que se integra de manera natural en los entornos periodísticos (“paid media”), está a menudo excepcionalmente bien hecha, pero no por ello es sinónimo de marketing de contenidos (que se cobija habitualmente bajo el paraguas de los “owned media”).
Por mucho que algunos se empeñen la publicidad nativa no es contenido (editorial) y nunca lo será. Es lógico que a los anunciantes les guste referirse a sus anuncios como contenidos (porque estos están ungidos, al fin y al cabo, por una excelente reputación), pero no toda la publicidad, ni siquiera aquella excepcionalmente buena, es content marketing.
Al consumidor no le gusta que le acosen (marketeramente hablando) pero tampoco que le mientan. Y colgar a todo, absolutamente todo, la etiqueta de content es mentir.
3. Mucho se traduce en mucho
En la red de redes (y en todas partes) hay toneladas y toneladas de contenidos que se las ingenian de alguna manera para asfixiar al consumidor.
En este sentido jugárselo todo a la carta de la cantidad en el marketing de contenidos es un craso error. En una era, la digital, en la que al consumidor le sale el contenido por las orejas las marcas deben hacer hincapié sobre todo y ante todo en la calidad, en aquello que hace únicos a sus contenidos.
El contenido que se fabrica en masa y de manera veloz (huérfano de mimos) está condenado a diluirse en la inmensidad de la red de redes, donde sólo sobreviven y, por ende, destacan los contenidos de calidad en los que se ha invertido tiempo y dinero a fin de conectar adecuadamente con los deseos y las necesidades del público objetivo.
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